Desde
que comencé mi labor educativa allá por el año 1985 la educación ha cambiando y
evolucionado constantemente. No sólo han ido
cambiado los contenidos y las formas de enseñar sino también los medios,
tanto técnicos como humanos. En aquellos años no teníamos fotocopiadoras y
mucho menos ordenadores. Había más niños y niñas por aula, en los centros se
estaban implantando nuevos modelos lingüísticos, escaseaba el materia para
trabajar en euskera y muchas veces funcionaba el arréglatelas como buenamente puedas.
Luego con mucho esfuerzo y tesón fuimos consiguiendo que las cosas fueran
mejorando a la par que mejoraban los medios técnicos. Así durante un tiempo
podemos decir que esa evolución fue en la mayoría de los casos positiva hasta
que llego la crisis y empezamos a dar marcha atrás y a desandar el camino
recorrido y con ello a aparcar proyectos por falta de presupuesto y personal.
De todas formas, no todo ha disminuido en estos tiempos, hay algo que aumenta
con los años como son la burocracia y los protocolos y el malestar de los
docentes por vernos obligados a realizar más trabajo, con más alumnado y con
menos recursos.
Pero
no sólo han cambiado los centros educativos, también las familias y con ellas
la sociedad y esta reclama que hoy en día la labor de la escuela no sea sólo
enseñar unos contenidos y técnicas de estudio sino que realice una labor que
hasta hace unas décadas correspondía a las familias como es educar (con lo que
conlleva). Educar abarcando un gran abanico de campos: valores, normas, trabajo
de las emociones, educación vial, enseñar a comer, convivencia… No es que antes
la escuela no lo hiciera, estaba implícito en su trabajo diario, pero no estaba
sola, cada familia realizaba esta labor con sus hijos e hijas, era su derecho y
su obligación y la escuela completaba este esfuerzo y trabajo. Pero en la
actualidad los derechos de muchos
padres-madres han aumentado en la misma proporción que han disminuido
sus obligaciones, por lo que la sociedad exige a los centros educativos que
sean ellos los que llenen es vacio formando y educando a cada alumno de una
forma integral y total.
Otro
factor que influye en la labor educativa es la inmigración. Hace unos años ésta
apenas estaba presente en los centros pero hoy en día es algo normal sobre todo
en los centros públicos. Sin embargo en éste campo todavía nos queda camino por
recorrer. Pero sobre todo hace falta más apoyo y recursos para poder realizar
una integración aceptable y con un mínimo de calidad.
Para
finalizar, decir que la educación de
este país iría mucho mejor si ésta no estuviese ligada a los intereses
políticos de los sucesivos gobiernos, porque para que un sistema educativo
funcione no se puede cambiar cada vez que cambia la composición del gobierno y
menos sin tiempo y sin un presupuesto adecuado.
Teresa
Rodríguez
REFLEXIONES
SOBRE LA EDUCACIÓN
Al igual que le sucede a mi
compañera Tere, desde que me dedico a la enseñanza he apreciado que la
educación ha cambiado. Y supongo que lo seguirá haciendo, porque si no fuese
así empezaría a preocuparme. Lo que hay que analizar detenidamente es si los
cambios que se han experimentado han sido positivos o, por el contrario, hemos
ido hacia atrás en el tiempo.
Es evidente que actualmente
se cuenta con muchos más medios, menos alumnado en las aulas (aunque siguen
siendo demasiados), nuevas tecnologías, idiomas diferentes, diversas culturas…
Pero la tarea de educar se ha puesto cada vez más difícil.
Lo que más me llama la
atención es que todo el mundo sabe cómo se ha de enseñar y opina sobre cómo tenemos que realizar nuestro
trabajo los enseñantes. Y el caso es que los que nos dedicamos a ello cada vez
lo tenemos menos claro y cada día nos encontramos con más obstáculos que
superar.
Primero nos topamos con la
administración, nuestros jefes, que lo organizan todo desde la comodidad de un
despacho y no se paran a considerar que ni el profesorado ni el alumnado somos
piezas de un puzzle. En un aula nos encontramos a veintiséis personas, en mi
caso, con una historia detrás de cada una de ellas; con diferentes necesidades,
gustos, inquietudes, apetencias… y distintos grados de implicación y
motivación. Hay que hacer que cada una de estas personas tenga su espacio y su
tiempo, pero al mismo tiempo se integre en un grupo que camina hacia un mismo
destino. Y esto no es nada fácil.
En segundo lugar nos
encontramos con las familias de esas veintiséis personas, que piensan que sus
hijos e hijas deben de ser los únicos en la clase y que el profesorado está a
su servicio exclusivo. Y lo más grave es que los niños y las niñas vienen con
la misma idea.
El tercer escalón lo ocupan
las instituciones. Se creen que todos los problemas de la sociedad se van a
solucionar en las escuelas, pero se olvidan de que el trabajo que se inicia en
los colegios hay que continuarlo fuera de ellos.
Y por último, y no por ello
menos importante, nos encontramos con los propios compañeros y compañeras.
Tenemos la mala costumbre de pensar que nuestra labor es la más importante y
que cada uno de nosotros tenemos muchas más necesidades que el resto del
profesorado.
Ahora mismo os estaréis
preguntando que por qué nos dedicamos a esto. La razón es bien sencilla. Cuando
estamos dentro de nuestra clase y nos aislamos de lo que pasa fuera,
disfrutamos con lo que hacemos. Afortunadamente el día a día nos recompensa,
sobre todo a los que nos dedicamos a los más pequeños, con graciosas anécdotas
y pequeñas muestras de cariño que nos hacen sonreír a pesar de todo.
Blanca García de la Torre
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