“Ah, pues imítame a mi”; “venga, venga, haz de Obama”; “¿y eso cómo haces…te grabas y luego te escuchas?”…
Son sólo algunas de las cosas que puedes escuchar si, como yo, te dedicas a la imitación. Eso , por supuesto, después de ver una cara de extrañeza – entre extrañeza y haber chupado un limón- en la persona a la que acabas de decirle que eres imitador.
Y es que esta no es una profesión de la que aparentemente uno pueda vivir. Pero en mi caso la afición por imitar voces, algo que sólo era un juego en mi infancia, me abrió más adelante las puertas al mundo de la radio, de la televisión, el guión, y a lo que sí es una profesión: el humor.
Nadie ha dicho que sea fácil, pero hoy en día ni los abogados lo tienen sencillo. Y la de humorista, o cómico, como se prefiera, es una ocupación que no cierra por vacaciones. Sí, porque la cabeza no descansa. Pero además rara vez he visto a un cirujano al que le pidan operar en mitad de una comida, pero si eres cómico, y sobre todo imitador… no te escapas de imitar a Rajoy, a Zapatero, al Rey y a medio arco parlamentario.
Suerte que por las características de mi voz, y por pura ética no incluyo voces femeninas en mi repertorio. Excluyendo claro está a la duquesa de Alba, si es que puntúa como mujer.
Pues de estas y otras cuestiones se componen las miserias de un imitador. Algo que sin duda (léase con voz borbónica) “me llena de orgullo y satisfacción”.
Artista..., yo que te sigo diariamente en tu programa de Radio Vitoria..., solo puedo decir que ... ¡¡¡Eres mundial...!!!! y, como diría el "otro"... Im.....presionante....
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