Presentación

Un grupo de amigos decidimos, hace ya algunos años, ampliar nuestros conocimientos creando, para ello, la que se denominó “ACADEMIA DE LAS CIENCIAS”. Se entendió que, lejos de encerrarse en un pequeño mundo, era conveniente ampliar miras tanto en los temas a tratar como en las personas especializadas en los mismos.

Esta organización tiene, entre sus objetivos, ampliar conocimientos y generar opinión sobre los más variados temas.

El 19 de octubre de 1990, quedamos inscritos como “ACADEMIA DE LAS CIENCIAS” en el Registro de Asociaciones Culturales del Gobierno Vasco.

Tras celebrarse a lo largo del año 2010 el XX Aniversario de su fundación, los asistentes a los diferentes actos, acordaron la creación de este blog mediante el cual desean dejar constancia de las personas que han asistido y facilitar la participación de los/as interesados/as a través de sus opiniones sobre cada uno de los temas tratados.

Deseamos animaros a participar en este Blog y, por supuesto, a disfrutar de las nuevas ponencias de nuestros invitados y como siempre estarán en la vanguardia de la noticia.

martes, 19 de abril de 2011

D. Ernesto Santolaya - Por Griffith y Hergé a Dostoievski

 
A La Torre,de quien quiso ser Alfil y a la postre fue Peón.
E.S.

O lo que es igual: por el cine y el cómic a la literatura.

Para saber de sí mismo, el hombre necesita contarse historias. Las contaba en las cavernas; hoy las escribe, las dibuja o las filma. ¿Qué son sino historias lo que nos cuenta Altamira? El hombre, cuando cuenta, es Dios. Modela el mundo. Crea y destruye. Él mismo es una narración con un principio y un final. Sus sueños son su alimento y necesita contarlos. Le va la vida en ello. Es como Sherezade, que debe vencer la noche narrando hasta el amanecer. La palabra es su rebelión ante la invencible muerte, a la que nunca derrotará, pero al menos soñará que algún día alguien lo haga. Al contar cree acercar ese día.

El cine de cuando Griffith

El cine es un cuenta-historias que David Wark Griffith inventó. No el artefacto, que ese fue cosa de los Lumière para barraca de feria. Los dos franceses no vieron la trascendencia que David Wark sí vio. El americano creyó en el cine y al cine dedicó su vida; creó su lenguaje y codificó sus modos. Fue uno de los que lo hicieron adulto: inventó el travelling, el campo-contracampo o la acción paralela, y en el montaje fundó su abanico de posibilidades. Sistematizó el uso de planos y algunos hasta los bautizó.

Como piedra en remanso, el eco de su quehacer llegó a otras orillas del mundo. Los rusos, por ejemplo, que estrenaban revolución, pensaron el cine como herramienta y Griffith fue su modelo. Los “montajistas” del cine soviético, Eisenstein, Pudovkin, Vertov y teóricos como Kulachov, bebieron de Griffith y así lo pregonaron.

Como nota adicional, hacer notar que la industria de Hollywood condenó a la miseria a su creador, David Wark Griffith, que murió sin fortuna ni reconocimiento. Algo que también ocurrió con los cineastas soviéticos, silenciados criminalmente en procesos, suicidios y toda clase de infortunios provocados por un poder que, a su vez, cayó décadas después con estrépito absoluto.

Al tiempo de Griffith, pórtico del siglo XX, le precedió el del nacimiento de una nación, donde el cine aún no estuvo. El espíritu de frontera, las grandes avalanchas al Oeste, la enormidad de sus espacios, el expolio al indio o la guerra civil no tuvieron al cine, pero este sí los revivió en toda su épica después, cuando la sociedad, sus inventos y el gran dinero hicieron de este siglo el siglo del cine y el de la modernidad y la convulsión.

El cómic antes de Hergé

Cine y cómic nacieron juntos. Hijos del mismo tronco, sus ramas dan igual fruto: la imagen. Regida por idéntico idioma y códigos.

Al final del XIX a los dos los inventó el ingenio y la necesidad, sin un gramo de lirismo. Como tantas veces pasa, si este llega es después, cuando el artista y su inspiración aparecen.

Estados Unidos necesitaba ordenar la emigración, aquel inmenso gentío que barcos día tras día descargaban en Isla Ellis, empeñados, según parece, en vaciar Europa y sobrecargar el Este de EE.UU. La gesta de poblar el gran país podía acabar en catástrofe si no se ordenaban las cosas. Una, y no la menor, era la unificación idiomática, para acabar con el galimatías de las mil lenguas que aquellas gentes traían.
Los periódicos, utilizando el cómic, iban a ser uno de los medios gubernamentales para imponer el inglés. Unificar a italianos, checos, griegos, holandeses y demás prole fue la consigna. Educar a aquella marea conduciría a la norma y a potenciar el mercado, que era lo fundamental.

Para ello, el cómic era la mejor herramienta de la prensa. Directo en la simplicidad de su construcción, incitaba al lector a adoptar vocablos, que poco a poco enriquecían su inglés. Magnates como Randolph Hearst (inefable ciudadano Kane) con The New York Times y los demás grandes diarios apoyaron el proyecto idiomático admitiendo cómics como Little Nemo, Krazy Kat, Bringing up father, Buck Rogers, Li’l Abner y otros muchos, con los que cumplieron la misión encomendada. Sin rubor podrían asegurar aquellos rotativos yanquis que ellos contribuyeron a la mayoría de edad del cómic, entonces ya Noveno Arte. El cine es el Séptimo, y ambos, siameses. La cirugía del mercado los separó poco después. A uno le tocó la gracia y al otro la soledad.

Se acomodó a los periódicos el cómic y voló al amparo de inventos industriales el cine. El mismo lenguaje se bifurcó en dos caminos.

El cómic se estancó en la molicie, conformándose con ser el agregado menor de los periódicos, a veces para servicios utilitaristas sin exigencia de grandeza, salvo la de los autores, que en algunos fue enorme. La rutina, de este modo, acabó por campar en un triste ocaso allí mismo, en la prensa, donde tuvo su esplendor.

Los periódicos jugaban a otro nivel, a lo grande. Eran el poder y con él hacían famas, dinero y gobiernos también.

Al potenciar el clamor del oro en California, su medio verdad mentirosa pretendía aliviar en una premeditada sangría demográfica las costas del Este y canalizar su sobrecarga humana al Oeste. “¡Joven, pinta tu carreta y sígueme!” era el grito. Lograron que a millares se dirigieran hacia el Oeste, y en ese tránsito poblaron praderas, ríos y montañas con las mil formas que el humano siempre encuentra de crear ciudades y explotaciones. Era la gran aventura del capitalismo y la del patriotero Designio manifiesto en EE.UU., y la prensa la encabezó. Otra vez, poco después, provocó la belicosidad ciudadana lanzándola contra España para que el país se apoderara de Cuba. Llegó la apoteosis de Hearst y sus huestes. Allí estuvo, servil, el cómic.

Décadas antes (es cierto que con más timidez) estuvo la prensa y no el cómic en otro zarpazo USA, el más grande de la historia moderna. A un inexperto México le birlaron de una tacada Texas, Arizona, Nuevo México, California, Nevada, Utah, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma, más de tres millones de kilómetros cuadrados, otro tanto de lo que EE.UU. era entonces o la mitad de todo México. Este, reducido a la mitad, recibió quince millones de dólares a cambio. Calderilla. No hubo aún viñetas de cómic ni cine en 1848, pero sí periódicos iniciando su poder, y por eso lo refiero.

Con antecedentes tales, el cómic bien se puede suponer que era aún más calderilla para la insaciable prensa. Ella lo parió y ella lo secó. Pese a todo con ellos el cómic se fue haciendo. Y eso pareció bastante.

De ese cómic hago símbolo y elijo a un no norteamericano, al belga Hergé (Georges Prosper Remi), padre en 1929 de Tintín, héroe por antonomasia, generación tras generación, de la juventud de Europa. Traducido a cualquier idioma imaginable, Tintín reúne del cómic sus mejores formas, es como un compendio, utiliza tanto el arsenal de los hallazgos yanquis como las constantes del intelecto europeo y sobre todo el rigor documental. No obstante, aparecen en esta obra chirriantes toques políticos de la época inevitables, que hoy son más dignos de estudio que de crítica. En veintidós  álbumes del jovencísimo periodista del tupé y su perrito Milú resume su autor una obra hermosa, genial y fundamental. De ahí su valor de símbolo.

Cine contra cómic

El cine es acción en el espacio-tiempo, es movimiento, y fue este quien marcó la diferencia en su competición con el estático cómic. El cine supo hacer virtud de una carencia, pues nace de una deficiencia genética del ojo humano, que procesa 18 imágenes por segundo, cuando el cine le arrolla con 23, que no puede procesar, y ese amontonamiento es el que produce la ilusión de movimiento. De haber podido asumir el ojo humano 23 imágenes por segundo, el cine sería un cómic, fotos fijas, una fotonovela. Nada se movería.

Fue la ventaja inicial del cine. El tiempo agregó otras, pero este “defecto humano”, paradójicamente, es posible que hoy empiece a ser desventaja. Bastará que la participación, que Internet va instalando en la gente, se haga firme para que una sociedad ansiosa por decir cosas no quiera estar callada, sino participativa, y no vea en el cómic otra cosa que lo que hasta ahora ha visto: el sustrato interactivo y la posibilidad de intervenir en él y, junto con el autor, crear. Si eso ocurre entonces el cine lo tendrá mal.

Al cómic le vendría al pelo, ya que desde su origen tiene por su estatismo la necesidad de incitar a la participación del lector. Siempre le ha dado imágenes inmóviles y este las interpreta, elabora y ordena en su imaginación. Quizás mañana el futuro del cómic podría estar en esa línea en blanco, vertical, que separa cada viñeta. Ese estrecho pasaje aparecería entonces como fundamental. Porque es en él donde el autor propone una elipsis al lector para que en este vacío monte su laboratorio y procese su intervención personal, potenciando su faceta de fabulador. Allí él se contará su historia hasta la viñeta vecina, donde la encadenará con la del autor en un maridaje apasionante. Sin saber cómo será, yo no cierro para el futuro del cómic ese horizonte por fantasioso que hoy parezca.

Y burla burlando, el cuento se va acabando, porque llegado al final hemos llegado al principio, al punto de donde nunca en realidad nos hemos movido. No hemos salido de él: de la literatura.

Raíz y destino: la literatura

Además de ser la forma más habitual en el ámbito de la narración, la literatura se encuentra en el mismísimo corazón del cine y del cómic, que es igual. Es la base del guión, es quien narra. Ella dirige y ordena estructuras, crescendos, dramatismos, signos y caracteres y crea personajes y situaciones. El guión es literatura que organiza a todos los demás socios de la sincronizada cooperativa que es el cine y el cómic hoy.

En esa amalgama todo es literatura, tanto en el cine como en el cómic.

Y si en ambos todo empieza en literatura, mi proposición es que nos ahorremos el rodeo. Abordemos esta directamente y ahorrémonos de paso esta noche glosarla, ya que todos ustedes la conocen quizás mejor que yo y la adoran otro tanto. Yo, que no leí clásicos y de Grecia usé recuelos, fui y soy un autodidacta, un outsider que fijé mi pasión más cerca. Me alié al XIX y de este mi tótem fue Dostoievski.

Creo que con citarlo basta, por más que hoy yo frecuente a otros autores muy distintos al ruso, quizás los mismos que ustedes tienen en mente. A la hora de editar, edito lo que yo quiero dentro de lo que puedo y debo. Descubro autores a veces y otras recuerdo emociones con textos que me poblaron en años negros y noches largas de dudosa amanecida. Era cuando de joven sabes que no sabes, pero sabes que el libro es quien te enseña. Así llegas a hoy y crees que publicar ayuda a otros a ser quizás un poco más sabios.

Colaboras a contar y a que te cuenten, con la fe todavía viva del ignorante curioso, que al contar lo poco suyo y lo que le prestan otros, sabe que hace su destino.

Destino como el de ustedes y el mío, que hoy, al menos en lo inmediato, no es otro que dar cuenta de una cena y que el cuento pare un rato

Vitoria-Gasteiz 01/10/2010

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